El notable
economista norteamericano Paul Anthony Samuelson (1915-2009), Premio Nobel de Economía
1970, escribió una concepto digno de tener siempre presente; dijo Samuelson que
“El ciclo económico presenta a las naciones democráticas un desafío, casi un ultimátum:
o consiguen controlar las depresiones y las inflaciones extremadas mejor de lo
que lo hicieron hasta la Segunda Guerra Mundial, o la estructura política de la
sociedad estará en peligro.” Y agregaba que “la solidez política de una
democracia está estrechamente ligada al mantenimiento efectivo y firmemente
estable de la calidad de vida y alto nivel de empleo, hasta el punto de que no sería
aventurado afirmar que la multiplicación de las dictaduras y la Segunda Guerra
Mundial resultante se deben, en gran parte, a la incapacidad del mundo para
enfocar adecuadamente el problema económico.” (1)
Samuelson tenía
muy claro que la Gran Depresión con sus secuela de desempleo fue lo que provocó
la radicalización política de Europa y de los mismos Estados Unidos en las
primeras décadas del siglo XX y por eso, después de la guerra, publicó en sus
libros las citadas advertencias, para que los líderes políticos evitaran en el
futuro la repetición de tan desafortunados acontecimientos.
Los orígenes de la inflación en los últimos
años
El período de
treinta años entre 1945 y 1975, fue llamado la Era de Keynes, una etapa
caracterizada por el crecimiento del empleo, la producción y la recuperación
económica de los países devastados por la Segunda Guerra Mundial. Pero a partir
de 1975, debido a las manipulaciones monetarias de algunos países,
especialmente de Alemania, la economía mundial volvió a entrar en una etapa de
incertidumbre y el fenómeno de la inflación y el desempleo comenzó a dar signos
de reaparición. A ello contribuyó, además, luego, en 1973, la decisión de los países de la OPEP de suspender
el suministro de petróleo a Estados Unidos y los países que habían apoyado a
Israel durante la Guerra del Yom Kipur (octubre de 1973), hecho conocido como
el embargo petrolero árabe, lo cual provocó un incremento violento de los
precios del petróleo y desató la recesión en Occidente.
El aumento de
los precios del petróleo generó una nueva realidad financiera mundial, en la
que los países petroleros comenzaron a disponer de recursos extraordinarios que
nunca antes habían disfrutado. Esa inmensa riqueza que salió de los grandes
países industrializados, especialmente, como grandes compradores de petróleo,
volvió a esos países en forma de depósitos en sus bancos, ya que los países
petroleros colocaron ese dinero en la banca internacional. Es allí cuando
comienza a tomar forma la crisis de la deuda de los países en desarrollo, que
se haría visible en la década de los ochenta, ya que los bancos buscaron formas
para colocar la nueva cantidad de dinero entre los países en desarrollo que,
por lo demás, se veían obligados a contraer los préstamos al no tener como
pagar los nuevos precios de la energía y los nuevos precios de los productos
terminados que compraban en las naciones industrializadas.
Los hechos antes
narrados afectaron en primera instancia a las naciones de la América Latina,
especialmente a Argentina, Bolivia, Brasil y Perú, países que experimentaron
procesos de hiperinflación en los años ochenta y noventa del siglo XX. Un
elemento común al proceso de hiperinflación en esos países fue la crisis de la
deuda externa, ya que llegó un momento en el que no pudieron pagar sus
compromisos y ello los obligó a devaluar sus monedas, hecho que, en mi opinión,
fue la causa principal de la hiperinflación en esos países, sin descartar, por
supuesto, otros elementos estructurales.
La solución
La solución
común al problema de hiperinflación en cada uno de los países antes citados fue
el establecimiento de un cambio fijo de la moneda. Esa fue la decisión clave
del programa económico adoptado por el ministro Domingo Cavallo, en Argentina,
en 1991, medida que junto a otras de carácter fiscal le permitió a ese país
controlar la hiperinflación, después de muchos años intentando lograrlo sin
éxito. Medidas similares fueron adoptadas por Bolivia, que tuvo el mayor índice
de hiperinflación del continente en los años ochenta y lo corrigió adoptando un
tipo de cambio fijo y reformas fiscales. El Perú siguió un camino similar, al
igual que Brasil y lograron revertir el proceso de hiperinflación.
Venezuela debería considerar la experiencia
de otros países latinoamericanos
Venezuela, que
está al borde de la hiperinflación, debería considerar la experiencia de los
países de Latinoamérica que ya pasaron por ese proceso y diseñar un programa de
control de la hiperinflación. El concepto de programa de estabilización,
lamentablemente está muy desacreditado, pero se debe crear una fórmula para
responder a la urgente necesidad de evitar que la hiperinflación avance y ello
pasa, necesariamente, por la creación de una nueva moneda con cambio fijo, a la
par del dólar, que he llamado el bolívar oro. La devaluación acumulada en
Venezuela es de más de 800 mil por ciento si se considera la cotización del mercado que no se puede decir. Cuando un
país llega a ese nivel de devaluación no tiene otra alternativa sino generar la
confianza necesaria para restablecer los equilibrios de la economía y ello
requiere atarse, de alguna forma, a la moneda internacional de pago, que es el
dólar.
(1) Paul
Anthony Samuelson, Curso de Economía
Moderna, páginas 3 y 420, Aguilar, Madrid, 1975, citado por Pablo Rafael
González en Una Idea Concreta para Combatir
la Desocupación, la Doble Jornada y la Media Jornada, página 8, Book Surge
Publishing, 2006, North Carolina, USA.